Un 3 de febrero, pero de 1852, uno de los hechos más importantes en la historia del Oeste y de la República Argentina empezaba y terminaba en apenas tres horas: la Batalla de Caseros, que enfrentó al Ejército Grande y la Confederación Argentina en un conflicto que cambió para siempre el rumbo político nacional.
El conflicto comenzó a las 10 de la mañana e involucró, por un lado, a los unitarios compuesto por fuerzas de Brasil, Uruguay y las provincias de Entre Ríos, Corrientes y Santa Fe contra los federales leales al gobernador de Buenos Aires y Encargado de las Relaciones Exteriores, Juan Manuel de Rosas. Alrededor de 50 mil soldados participaron del mismo.
Luego de la sublevación de Justo José de Urquiza al gobierno rosista dos años atrás, el dirigente entrerriano decidió formar su propia tropa en base a alianzas internacionales con el Emperador Pedro II (a cambio de una porción del territorio argentino) y la administración de la Banda Oriental y a lazos interprovinciales con los detractores del oficialismo.
La batalla se dio en la estancia de la familia Caseros, que actualmente pertenece al Colegio Militar de la Nación. Urquiza cargó al frente de su caballería mientras la infantería brasileña y una brigada uruguaya tomó el icónico palomar, mientras que entre sus militares se encontraban Domingo Faustino Sarmiento y Bartolomé Mitre.
Por su parte, Rosas se mantuvo toda la batalla en la primera línea de combate pese a la inferioridad en cantidad de hombres y calidad de armamento de los suyos. Sin embargo, la hostilidad del enemigo hizo que, en un momento, reciba un balazo en su mano derecha, lo cual sentenció su caída.
Tras la victoria, los unitarios obligaron al caudillo federal a exiliarse en Gran Bretaña y dejar a Buenos Aires a merced de los saqueadores, que en las horas posteriores asediaron la residencia de Palermo, centro del poder rosista. A pesar de que este conflicto parecía haber terminado con las guerras civiles en la Argentina, los enfrentamientos internos continuaros por mucho tiempo más.