
Ángel Orellano es un vecino de Hurlingham que heredó el oficio de lutier de su padre. Hoy en día crea guitarras, charangos, ukuleles, y restaura todos los instrumentos que contengan cuerdas.
Ángel explica que la guitarra llegó a Tesei gracias a un español, creador de La Alpujarra, Zagert-Fonseca, que la trajo como oficio ya que “se hacía todo a mano, el mango de la guitarra era todo manual, entonces había cinco luthiers (entre ellos su padre) que hacían las distintas partes de la guitarra. Hoy ya hay maquinas que metes la madera y te sale ensamblado”. Así, fue que la guitarra se convirtió para la familia Orellano en una herencia familiar.
Para crear una guitarra el primer paso es “seleccionar las maderas, ya hay maderas predeterminadas que son las mejores para hacer guitarra, el mango cedro, de Europa, de Canadá, uno va eligiendo tapas de pino y al final elegís la que mejor va a sonar y las otras las dejas para guitarras más básicas”.
“Después tenés los aros que es ese contorno de la guitarra como la silueta, tenés la tapa trasera del fondo, y la tapa delantera, que es donde va la boca por donde sale el aire, por donde la escuchamos, esa es la más importante porque eso va a hacer que una guitarra sea buena o no” explica el luthier.
Además, se eligen los espesores para que la guitarra suene de una manera o de otra según el pedido, por ejemplo “acá se usa como guitarra criolla es un sonido más gordo, más grave”. Cada guitarra lleva un tiempo de elaboración de aproximadamente 6 meses con las maderas ya estacionadas. “Antes se dejaban de 10 a 5 años, cortadas y estacionadas hoy hay cámaras con aires acondicionados, pero nunca es igual el proceso natural que artificial”.
Ángel, que además de crear los instrumentos, toca la guitarra para acompañar y para probarlas antes de entregarlas, es parte del taller Orellano que creó guitarras para artistas como el Chaqueño Palavecino, Chango Spacyuk, músicos de Guaraní, Los Nocheros, Abel Visconti, Caramelo Santo y La Franela, entre otros. Además, hacen reparaciones de todos los instrumentos que contengan cuerdas desde cellos y contrabajos hasta banyo y bandolín.
El lutier admite que lo que más le gusta de su oficio es “estar tranquilo, y cuando la gente te espera por los instrumentos, la fabricación, a veces te da cosa entregarlo, como cuando alguien pinta un cuadro, porque estuviste tanto tiempo trabajando en el instrumento que te da cosa desprenderte, como algo muy tuyo, pero tiene eso de lindo por la gratificación de la gente”.